22.4.03

Sigilosamente hurte eso que algunos individuos de los tiempos pasados guardaban con recelo pero inconscientemente quizás ignoraban, allí, atestado con muchos paquetes similares. La Gran Ojyram dejo claro que debía sentir al tenerlo en mis manos… si, era esto lo que buscaba, lo que tu me habías pedido…

Viaje en el tiempo. Corrí, mimetizándome con todo aquello, mezcla inerte de concreto y vigas retorcidas. Susurraba tu nombre una y otra vez sorteando todas esas triquiñuelas que por una u otra razón no lograron frenarme. Y aquí estoy, llegue hasta ti.

Sentí deseos de haber muerto al ver como me dabas la espalda. Por mi cabeza paso tontamente la idea de acabar con mi vida. Recordé que no podía hacerlo y no me refiero precisamente a no atreverme, si no al hecho de poder morir. No puedo. Soy inmortal.

Muy sutilmente tomabas la copa de vino, sabias que yo estaba en la habitación pero tu no, no volteas a ver a tus súbditos. Pude ver por el reflejo del vidrio del ventanal como tus labios casi inmutables dejaban escapar la frase: “53R, ¿lo trajiste?”, como si las palabras estuvieran hechas de brea y les costara salir de tu boca, solo segundos demore en contestar, suficientes para que mi mente volara y se diera cuenta lo parecidas que eran tu y tus palabras a esa ciudad: gélida, gris… como un entierro. “Si señora, aquí esta… hubo ciertas perturbaciones en el aura pero todo esta bien…”. Note como instantáneamente tu mirada cambiaba, lo que no me dejo terminar mi frase. Repentinamente la copa de vino que sostenías se rompió y el vidrio de ventanal se mancho del delicioso líquido y de tu sangre, podían confundirse así como también tu mirada y el odio más puro lo hacían.

“No puedo matarte y no se que me hace mas infeliz: no poder hacerlo o soportarte hasta que muera”, luego de decir eso te limitaste a ver como tu mano sanaba en cuestión de un momento mientras caminabas hacia mi. Casi nunca me veías a los ojos, solo cuando querías que sintiera miedo y haciéndolo volviste hablar: “¿Dejaste que se cayera al suelo?, ¿lo alteraste físicamente?, ¡habla maldito!.”, casi al terminar la frase me abofeteaste. 4 nuevos surcos marcaron mi rostro por la eternidad, tenia el don de sanar, pero siempre quedaban las cicatrices, yo estaba acostumbrado pero la gente se horrorizaba al verme. “No, no lo hice, Oh! Ojyram… esta perfecto. El aura se vio reestablecida…”, deje la frase en el aire, sin concluir. Olvide que nadie puede siquiera susurrar el nombre de Ojyram, y fue eso precisamente lo que hice en el camino, una y otra vez, y note como el aura de aquello que otros negaban quizás sin querer se sentía más fuerte, cosa que no me dejo decir cuando justamente me abofeteo.

Sin mediar palabras me tomo por el cuello y me levanto un poco más arriba de su rostro. Nunca la había visto tan de cerca. Lejos de sentir el mas profundo terror por saber que se acercaba lo peor en mi infinita historia, sentí compasión por ella… amor. “Nadie, oyelo bien, nadie se burla de Ojyram… has sido siempre una molestia para mi, eres el esclavo mas incompetente que ha tenido este reino. Ya no me sirves.”, al escuchar esas ultimas cuatro palabras sentí como un gran peso se quito de mis hombros, sentí lo que hacia centurias no sentía, el fluir de mi sangre. Escucharlo en todo mi cuerpo fue mágico. Se dirigió a mi de nuevo: “Te dejare sentir dolor por ultima vez a lo que queda de tu alma, ya que amor no podrás experimentar, nadie te querrá deforme así como estas. Escoge la forma en que quieres morir, porque al hacerlo te volverás un pecado, un mal deseo, te volverás codicia, odio. Te volverás humano. Siempre serás lo mismo y nunca descansaras. Será peor que vivir eternamente, reencarnaras una y otra vez en un mísero cuerpo mortal.”.

Sin mediar palabras con ella me dejo caer y decidí correr lo mas rápido que pude y estrellarme contra el magnifico ventanal que me dejaba ver esa horrible ciudad desde lo mas alto que se puede imaginar. Me di cuenta cuando empecé a caer que entre mis brazos todavía llevaba eso que había hurtado. Decidí romper su arcaico envoltorio, y me di cuenta: era un retrato de ella… sonriendo. Hace centurias ella existió, fue mortal como lo seré yo después de mi muerte, hurte su retrato. Esa sonrisa tan bella, ¿Por qué tenerle miedo a algo tan hermoso?, ¿llegare a entenderlo cuando muera?, acaso ella… En ese momento entendí todo: altere sin querer al cambiar de su sitio el equilibrio de ese, su tesoro, su sonrisa. Su terquedad no me dejo decirle lo que mi amor por ella le hizo a eso que tanto ella quería conservar intacto, mi amor embelleció aun mas su sonrisa. Por segundos me sentí desdichado, aun mas que cuando era inmortal, quería infantilmente devolverme y gritarle cuanto la quería, que seria capaz de darle esa y muchas sonrisas mas para que las conservara… reales.

Sin darme cuenta había cerrado los ojos. Los abrí lentamente sintiendo el fluir del aire, escuchando como me ensordecía. Eso color negro ante mis ojos no era el cielo vestido de noche, era el asfalto. Con lagrimas en los ojos y una sonrisa, grite con la esperanza que ella me escuchara: “¡Hermana, te amo!.”